Saturday, September 16, 2006

EL JAZZ SIN CORBATA: LO HOLÍSTICO EN EL JAZZ CHILENO
Por Miguel Vera Cifras
Radio Universidad de Chile


Tras la visión unitaria de un jazz territorializado y ubicado en ciertas comunas acomodadas de Santiago de Chile, surge hoy la imagen de un jazz más ubicuo, fragmentario, interrelacionado y mediatizado, donde jóvenes y renovados músicos alumbran lo que los viejos barrían bajo la alfombra. Al campo de un jazz chileno con una hegemonía cuasi panóptica en poder de una elite, ingresan las identidades nómadas en diversas direcciones y cruces. La dicotomía jazz conservador-jazz moderno se abre en conurvaciones de clase, edades y género que la descolocan y la resitúan en una identidad mucho más performativa y elocutiva; realidad rizomática que se ramifica cada vez más aceleradamente.

Es la escena que vemos hoy: nuevos grupos y audiencias sumergidas en el gheto del anonimato y nuevos círculos se abren por todas partes, no sólo en el lado oficial de la formación académica (cuya experimentación, libertad y vuelo creativo es hoy indiscutible) sino también en la otra vereda, la no oficial, la del jazz del lenguaje impuro y hasta no-jazz. Es el jazz quiltro, chueco, y hasta chúcaro podríamos decir. Un jazz sin pedigrí, promiscuo, hecho más de discontinuidades y grietas que de historia ininterrumpida. A simple vista se trata de un híbrido que no se reproduce, cojo, como el jazz huachaca cuya genealogía arranca desde el fox trot de los años 20 y se sumerge para reaparecer con Roberto Parra y su revival en los 80’s. Por otra parte, ahora el jazzista es otro en un territorio diseminado. Si antes el foco hacía relucir el oro de su instrumento por sobre el polvo de sus zapatos en el escenario, ahora ya suben con los zapatos con barro delatando su procedencia, señalan su origen, su raíz, su realidad emocional y social, su disidencia ideológica (si la hay).

El jazz en Chile ha sido un largo un viaje: primero atravesar el portal del género, el daguerrotipo del dixieland estereotipado que cautivó a los primeros imitadores, la postal de un negro tocando saxo y el oro de una rubia copa de whisky entre el humo de los cigarros, acariciada por el profesional y empresario aficionado. Ha sido por años la imagen predominante en nuestro medio y quizás inevitablemente el primer puente que atravesamos hacia el otro lado del río a la Chimba de nuestro propio New Orleáns. Se rearticula hoy nuevamente un frente ideológico ABC1 vía radio Amadeus que pretende reposicionar el jazz como signo de distinción de clase. Es el extravío exterior, exiliado en el sistema neoliberal de la música.

Si para el primer viaje hay que abrir bien los ojos, para el segundo, en cambio, hay que cerrarlos. Es el viaje interior. Se diluyen las fronteras, los pájaros nocturnos del jazz comienzan a volar aquí y allá. “identifico el género, pero desconozco sus límites” ha escrito Joshua Redman. Y es que más allá de los estereotipos y las etapas de crecimiento, las nuevas tribus y clanes olfatean el camino, sabuesas de las figuras que se borran si uno las apunta con el dedo, lejos del idolocentrismo de los 80’s, el gran río del jazz en Chile nos arroja cada vez más nombres de origen como La Pincoyazz, La Pichanga, La Matraca y Periferia, la Conchalí Big Band, la KUT, Pedroband, Mediabanda, entre otros. Formaciones que se inclinan por el jazz quiltro, o por la experimentación junto a la cazuela, el recorrido del sonido crudo, espiritual en la fiesta. El núcleo patriarcal y homogéneo de un jazz nacionalizado, adulto y adinerado se disgrega hoy en un cúmulo de círculos, algunos con rasgos de tribu o clanes más jóvenes, vaciándose en meandros individuales donde la cuestión andina, ecológica, femenina, social, política, religiosa, suben con los músicos, sin limpiarse los zapatos, o descalzos a la tarima.

Aplaudámosles y escuchémosles, y mientras lo hacemos bajemos la mirada hacia nuestros pies. Son como los de ellos. El viaje recién comienza.

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